Más allá de la desinformación: esta persona no existe

“Control de desinformación” en la era del coronavirus:

El debate sobre la desinformación en el contexto de la pandemia se ha avivado con la reciente publicación de la Orden PCM/1030/2020 del gobierno español. Muchos han acusado al ejecutivo de intentar controlar en la práctica la libre información y de censurar cualquier interpretación de la realidad que se desvíe de la versión oficial de los hechos. Una inquietud lógica en un momento en el que parece imponerse un relato oficial de la pandemia que condena a los márgenes a los que cuestionan cualquier aspecto del mismo.

La Orden, que desarrolla una iniciativa contra la desinformación de la UE, dice que “la libertad de expresión y el derecho a la información se consagran como derechos fundamentales en nuestra Constitución. Sin embargo, estos procesos de participación democrática se ven cada vez más amenazados por la difusión deliberada, a gran escala y sistemática de desinformación, que persiguen influir en la sociedad con fines interesados y espurios”. Cierto. Pero, ¿cuál es el futuro alcance de esta u otras normas legales para el control de las comunicaciones y mensajes? ¿Quién decide qué es verdadero o falso? ¿Es la desinformación o las fake news un arma arrojadiza de los poderosos o servir a determinados intereses o grupos de poder? Reporteros sin fronteras han denunciado que, en algunos países, la lucha contra las fake news se convierte en un pretexto para aquellos gobiernos que quieren limitar la libertad de prensa.

Vivimos en un ecosistema informativo saturado de información, caracterizado por la inmediatez, rapidez y superficialidad de los mensajes, lo que deja poco espacio a la reflexión y el debate abierto. Un campo abonado para la desinformación, término que la especialista en PsicoHacking Cristina López Tárrida define en una entrevista como la difusión intencionada de información distorsionada que busca el beneficio (económico, político, social, moral…) de quien la promueve: “La desinformación se caracteriza por la distorsión de los hechos narrados, manteniendo un halo de verosimilitud en los mismos, de modo que los receptores del mensaje no desconfíen y acaben tomándolos por ciertos. (…) la desinformación puede influir, y de hecho influye, en las percepciones de la audiencia, además de fomentar los extremos de opinión, ya que suele orientarse a confirmar las creencias de los receptores del mensaje.”

Viñeta de EL ROTO- Fuente original: El País

¿Corporativismo periodístico contra las fake news?

Uno de los grandes damnificados por el fenómeno de la desinformación o las fake news –anglicismo que se ha extendido a pesar de los honrosos esfuerzos de la Fundéu– es el propio periodismo, que atraviesa un largo proceso de transformación y adaptación a la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, a las nuevas prácticas de consumo de los medios y la emrgencia de nuevas fuentes de información a través, principalmente, de los medios digitales. Según el expresidente de la agencia EFE Álex Grijelmo, “para que los anónimos con injurias y bulos avancen con crédito en las redes se ha necesitado el previo descrédito de los medios tradicionales. (…) El sensacionalismo de periódicos y televisiones ha aumentado, especialmente en algunas versiones digitales repletas de titulares cebo o engañosos. Y la prisa por llegar primero está haciendo que se olvide el cuidado por llegar mejor. Acaparar lectores valió más que escogerlos, y la pérdida de calidad en el idioma y en la edición de los textos ha añadido motivos para la desconfianza.”

Por tanto, no es solo una cuestión ética. La desinformación es hoy un competidor directo del periodismo tradicional. Ricardo Dudda recuerda en The Objective a sus profesores de universidad cuando le alertaban del intrusismo de los blogs hace años. Hoy se imagina a sus antiguos profesores “ahora preocupados por las noticias falsas, no porque supongan una amenaza contra la verdad, sino porque arrebatan el monopolio de las noticias (sean bulos o no) a los medios tradicionales. Las fake news son un problema, pero al menos hay consenso con respecto a que lo son. No ocurre lo mismo con un periodismo que, al cubrir determinados temas, se vuelve innecesariamente alarmista, sobredimensiona problemas y olvida el rigor.”

Para Grijelmo, “la prensa debe reforzarse en sus fortalezas. Entre ellas, la independencia informativa, la verificación de los hechos, los datos sin omisiones, la oportunidad de que el acusado se defienda, la honradez de reconocer los errores y la convicción de que los nombres y los apellidos son la marca de cada periodista.” Y puntualiza que libertad de expresión (el derecho de cada cual a comunicar su pensamiento) no debe confundirse con “ la “libertad de información”, que sólo ampara los datos que sean veraces según los criterios establecidos en la jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional.”

Algunas definiciones en la Wikipedia (español)

  • Fake news o noticias falsas: “un tipo de bulo que consiste en un contenido pseudoperiodístico difundido a través de portales de noticias, prensa escrita, radio, televisión y redes sociales y cuyo objetivo es la desinformación. Se diseñan y emiten con la intención deliberada de engañar, inducir a error, manipular decisiones personales, desprestigiar o enaltecer a una institución, entidad o persona u obtener ganancias económicas o rédito político. Al presentar hechos falsos como si fueran reales, son consideradas una amenaza a la credibilidad de los medios serios y los periodistas profesionales, a la vez que un desafío para el público receptor.”
  • Bulo: una falsedad articulada de manera deliberada para que sea percibida como verdad. (…) tiene como objetivo el ser divulgado de manera masiva, para ello haciendo uso de la prensa oral o escrita, así como de otros medios de comunicación, siendo Internet el más popular de ellos en la actualidad y encontrando su máxima expresión e impacto en los foros, en redes sociales y en las cadenas de mensajes de los correos electrónicos. Los bulos no suelen tener fines lucrativos o al menos ese no es su fin primario, sin embargo, pueden llegar a resultar muy destructivos.”
  • Posverdad: “o mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual) a aquella en la que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas –los hechos– son ignoradas.”

El magistrado Miguel Pasquau Liaño afirmaba el pasado abril en la CTXT que el “creciente envilecimiento de la opinión pública, especialmente acusado en el entorno digital, es un grave problema que puede acercarnos a una crisis democrática. Y que está haciendo ilusorios los mecanismos clásicos de pluralismo y contrapesos en la información.” Por otro lado, la saturación del ecosistema informativo nos lleva a confundir opiniones, juicios de valor, interpretaciones de los hechos… Como dice Liaño, en estos casos no podemos hablar de “falsedad”. Pero “existen informaciones (sobre hechos) cuya falsedad objetiva sí puede constatarse. Muchas de ellas son deliberadamente falsas.” Además, en la información sobre hechos se excluyen las inexactitudes: “(…) información ‘veraz’ no equivale a “exacta” o verdadera: admite inexactitudes debidas a imprudencia, pero no falsedad consciente o desprecio temerario a la verdad. Resumiendo: sin dolo, no hay bulo.

Manipulación, desinformación: un escenario ideal:

El flujo incesante de información en todas direcciones y en cantidades masivas impide al individuo asimilar los mensajes, lo que aumenta el estrés cognitivo y genera una sensación de sobrecarga informativa. Para María José Barriga, en “De la infoxicación a la desinformación”, “con Internet, es excesivamente fácil producir, distribuir y obtener (des)información. Las TIC han reducido la selección o el filtro que tiempo atrás establecía unos criterios mínimos de calidad para publicar (…) El resultado de este fenómeno es la abundancia de los contenidos irrelevantes, una niebla tóxica que dificulta distinguir entre información valiosa y ruido informativo.” La saturación de estímulos y mensajes produce el llamado síndrome de fatiga informativa, que provoca aturdimiento y pérdida de la capacidad analítica. ¿Es por tanto sobreinformación es el reverso de la moneda de la desinformación?

Según Jorge Franganillo, “el exceso de información se ha utilizado en ocasiones como mecanismo de censura porque tiende a ocultar la información que resulta incómoda. En democracia, la censura funciona por asfixia: ofrecen tanta información que se pierde la noción de lo necesario e importante. Es una forma moderna y encubierta de censura que no consiste en suprimir información, sino en sobreinformar, para disimular, para esconder”. Para López Tárrida, la evolución tecnológica ha modificado el ámbito de las operaciones de manipulación mediática, un escenario que propicia «el fomento de actitudes, comportamientos y decisiones que promueven los intereses del promotor de la manipulación. Por ejemplo, la naturaleza del uso de los dispositivos móviles hace que el objetivo, en este caso el individuo, sea alcanzable las 24 horas del día. Esto no sucedía en tiempos en que la propaganda se lanzaba en octavillas desde una avioneta.

Cabe reflexionar sobre las formas más sutiles de desinformación que se apoyan, además de en factores anteriormente mencionados, en la propia estructura de funcionamiento de los buscadores digitales basada en la personalización automática de los resultados, cuyo objetivo es generar adicción, y su consecuencia, limitar la visión de la realidad en el usuario (ver “burbuja de filtros”). O en la repetición ad nauseam de ciertos mensajes y la apelación a las emociones en los medios masivos. Un ejemplo cotidiano, y a la vez simbólico, de esto son las enormes pantallas de televisión presentes en la mayoría de bares y cafeterías (que sobreviven al cierre), que atrapan la atención del cliente –inundando su campo visual– a la hora del almuerzo desde magazines matinales que amalgaman información de actualidad, sucesos y noticias del corazón.

¿Desinformación o fabricación de lo real?:

Otra vertiente de la desinformación es su vinculación con la hiperrealidad, que va ganando peso en nuestra vida debido al progreso exponencial de la tecnología y la inteligencia artificial. La hiperrealidad, de la que ya hablaron Jean Baudrillard y otras figuras de la posmodernidad, supone la imposibilidad o dificultad de la percepción humana para distinugir la realidad de la fantasia. Se encuentra en la realidad virtual o en la animación digital, y últimamente en los llamados deep fake o vídeos ultrafalsos. ¿Qué sabemos de ellos? Por ahora, que existen y que no es posible demostrar su falsedad, al menos para un espectador medio. Simulan la realidad; fabrican una realidad no verdadera. El cine de animación o los videojuegos apuntan en esa dirección, pero al menos operan en un marco ficticio negociado con el espectador/usuario. Los vídeos ultrafalsos abren la puerta a la manipulación audiovisual de la realidad a una escala preocupante. ¿Qué herramientas tendremos para distinguir lo verdadero de lo falso? Por el momento, podemos tomar conciencia del poder de estas tecnologías, como nos permite –de manera deliberadamente críptica– esta web, que muestra en cada visita el retrato fotográfico de una persona que no existe.

Entrada relacionada: Sobreinformación y percepción de la realidad