Sobre cuidados y distancia social

El informe ejecutivo del estudio “Distancia Social y Derecho al Cuidado” de la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada), perteneciente a Cáritas Española, analiza (a junio de 2020) el impacto socioeconómico de la crisis de COVID.

El informe realiza un análisis comparativo en clave de exclusión social desde 2013 -en el pico de la crisis económica de 2008- hasta la presente crisis originada por el COVID-19. Su conclusión principal es que la nueva crisis ha paralizado el lento proceso de recuperación que venía iniciándose desde el fin de la crisis económica anterior.

El estudio apunta a la dificultad de recuperación para aquellas familias o sectores de la población en situación de precariedad económica, laboral y/o residencial, sin capacidad de hacer frente a gastos imprevistos. Señala como riesgos la tendencia a la pobreza material o exclusión de la población vulnerable y la ampliación de la brecha de desigualdad socioeconómica. Remontar una nueva crisis se hace mucho más complicado para los individuos y sectores más vulnerables. Destacan las siguientes conclusiones:

  • La pobreza severa no ha dejado de aumentar desde la crisis anterior y la crisis del COVID ha incrementado notablemente el número de familias en probreza severa.
  • Ha caído dramáticamente el número de hogares que se sostenían solo de los ingresos de su propia actividad laboral. La destrucción de empleo ha afectado fuertemente a autónomos, empleados por cuenta ajena y empleados en economía informal (trabajo sumergido). Tras el primer impacto de la crisis de la COVID-19, la mitad de estos hogares no pueden hacer frente a los pagos de hipoteca o alquiler de la vivienda.

Los autores defienden que es preciso «reorganizar los esquemas de bienestar y cuidados a través de una distribución más equitativa de la provisión y la atención social entre la familia, el Estado y el mercado, pero sin obviar el relevante valor del polo comunitario«.

  • Las consecuencias en el ámbito de la salud son variadas: un empeoramiento de la salud psicoemocional de los hogares en exclusión grave, o el desplazamiento de la atención hacia el COVID y las consiguientes «cancelaciones de operaciones programadas, revisiones de enfermedades crónicas, seguimiento de tratamientos durante este periodo».
  • El cierre de los centros de enseñanza ha tenido sobre el rendimiento en los menores y la desigual accesibilidad a los medios online han agrandado la brecha de desigualdad educativa.
  • Las redes de apoyo, debilitadas desde la anterior crisis, pierden aún más capacidad de ayuda. Se partía, ya antes del COVID-19, de que «la mitad de los hogares no podían apoyarse en nadie ante dificultades materiales o emocionales.»

Entre las medidas que sugiere el informe para mejorar el modelo de desarrollo social, destacamos las relacionadas con los aspectos comunitarios. Proponen revisar la atención a la dependencia, especialmente después del drama vivido en las residencias de personas mayores. También, visibilizar el pilar de los cuidados. Extraerlo del debate privado y hacerlo público: «Necesitamos construir un modelo articulado donde lo público, lo privado y lo comunitario se vayan tejiendo para promover una responsabilidad compartida que prevalezca sobre un planteamiento de individualización

En este sentido, la catedrática María José Aguilar explica en su artículo (Des)atención a la dependencia (a 28 de septiembre) que «Sólo en lo que llevamos de año, ya han muerto en España 35.000 personas dependientes que estaban en lista de espera, con el derecho reconocido, pero sin recibir prestación.» Los nuevos Presupuestos Generales del Estado prometen un incremento de la inversión para la atención a la dependencia. Pero no debemos obviar una lectura social y cultural del asunto, en paralelo a la dimensión política y administrativa. En otro artículo de su blog, Aguilar afirma, a propósito de la soledad como problema social invisible, que «la distancia que hoy separa a la sociedad de sus mayores no es solamente física, sino moral. Un desapego que no solo representa una falta de afecto, sino una injusticia profunda hacia una generación que en otros tiempos nos hubiera inspirado respeto y veneración.» La incidencia del COVID19 entre los mayores institucionalizados nos hace preguntarnos si el modelo de residencias es un fracaso social, y no solo de gestión o recursos. En nuestra sociedad envejecida, el aumento de la esperanza de vida, la caída de la natalidad y los nuevos modelos familiares se unen a factores como la tendencia a la individualización en los estilos de vida y la paradoja de la desconexión personal y comunitaria en la sociedad digital hiperconectada. Según estimaciones del INE, tres de cada diez hogares serán unipersonales dentro de 15 años en España. La percepción compartida entre los jóvenes de un presente inestable con pobres expectativas de futuro puede explicar parte del probema. Además, Juan Antonio Fernández Cordón explica que «el modelo tradicional de organización del cuidado no ha sido sustituido por otro que esté basado en la igualdad de género y en la acción del Estado. Renunciar a tener hijos es una estrategia razonable ante esta situación.» La reorganización de roles y estatus de género, fundamentada en las últimas décadas en la equiparación en los espacios públicos el reconocimiento social y el trabajo remunerado, dejó al descubierto lo que recientemente algunos sectores defienden como feminismo o sociedad de cuidados.

El mantra del «distanciamiento social», cuando debería llamarse «físico» (según la propia OMS), no constituye un mensaje inocuo, sino un concepto que vamos interiorizando poco a poco. Como afirma Gemma Altell en El Periódico, «anhelamos la normalidad, pero nos acostumbramos a reducir nuestro contacto con la humanidad a los contactos laborales. Así pues, el individualismo toma fuerza, así, sin darnos cuenta. Es lo que empezamos a llamar la ‘nueva normalidad’; que, entre otras cosas, nos fuerza a distanciarnos inexorablemente de las personas. Sin espontaneidad en los vínculos.» La sensación de riesgo nos remite a nuestro círculo de seguridad que, en última instancia, es la esfera personal compuesta por el individuo y su dispositivo móvil. Y eso, curiosamente, choca con otro mantra habitual de la autoayuda y el desarrollo personal y empresarial, que a fuerza de tanto repetirlo se vacía de contenido: «salir de la zona de confort«.