La intensa destrucción de empresas y el cese masivo de autónomos son dos de las notas características del impacto socioeconómico de la crisis del COVID. La caída radical del consumo y la baja capacidad de afrontar el cierre forzado y las restricciones de apertura han afectado especialmente al comercio pequeño o de proximidad, un sector ya vapuleado por el imparable ascenso y normalización del comercio online, entre otros factores.
Cinco Días anunciaba recientemente que, según datos del INE, «La crisis del Covid-19 se ha llevado por delante algo más de 207.000 empresas, una de cada seis, y ha obligado a echar el cierre a 323.000 autónomos, el 10% del total, en apenas seis meses.» La gran damnificada es la microempresa (empresas de 1 a 5 trabajadores). El 21,5 % de ellas cerró durante los primeros nueve meses de 2020, mientras solo el 2% de las compañías de más de 100 empleados corrió la misma suerte. En términos globales, el 92% de todas las compañías desaparecidas eran pequeñas empresas. Y el 0,1 %, grandes compañías.
Según El Confidencial, las empresas con una plantilla superior a los 500 empleados constituyen el único segmento que crece. Esta crisis contribuye acrecentar no ya la desigualdad económica, sino específicamente la relacionada con la distribución del poder empresarial. “Esto quiere decir que se está produciendo una reestructuración interna del tejido productivo de indudable calado en favor de las más grandes y en detrimento de las pequeñas. En particular, de las microempresas, cuya capacidad de supervivencia en un mundo globalizado, y en el que las economías de escala son fundamentales, es hoy más difícil.”
Esta panorama sombrío invalida los llamamientos a la iniciativa y la cultura emprendedora desde el propio sistema escolar, y sin duda condiciona las expectativas a corto plazo de una juventud que nada en las aguas de la incertidumbre profesional y sociopersonal. Son datos desalentadores para el autoempleo o la realización de un proyecto laboral, y empujan a buscar el sustento en el empleo público o la gran empresa. Por otro lado, la realidad empresarial de España desmonta el persistente tópico del empresario explotador y enriquecido contra el que se proyectan los (legítimos) derechos de los trabajadores en términos, a menudo, de lucha de clases. 95 de cada 100 empresas de nuestro país con microempresas.
En los próximos cinco años, según datos de la BBC, la automatización hará desaparecer 85 millones de puestos de trabajo, pero la creación de empleo tecnológico se cifra en 97 millones de puestos. Si se cumple esta previsión, el saldo es positivo, pero ¿a qué precio, en términos de personas que ya no podrás reengancharse el mercado laboral o sectores que desaparecerán de un plumazo? La digitalización, la automatización o el teletrabajo son procesos que dibujan el presente y futuro inmediato del empleo y de la empresa, pero también configuran nuestros nuevos estilos de vida y formas de consumo: compra online o alquiler de servicios (como la música o las series). La comodidad de la interacción digital y la ilusión de seguridad que nos ofrece el hogar en tiempos de pandemia nos repliegan, en parte, en nosotros mismos. Desde casa podemos relacionarnos con el mundo de manera aceptable en un contexto de riesgo percibido, gracias a una televisión infinita a la carta, redes sociales en la palma de la mano y recepción de paquetes a demanda. Sin necesidad de interacción ni proximidad física.
El perjuicio al pequeño comercio, que ya comenzó con la implantación y desarrollo de las grandes superficies y los hipermercados (donde, curiosamente, ya alimentación es prácticamente una sección más, no la principal) compite hoy con el crecimiento exponencial de un comercio online que mayoritariamente controla Amazon. Charo Morán, de Ecologistas en Acción, explica las implicaciones sociales y ecológicas de este cuasimonopolio: “(Amazon) pone a nuestros pies un bazar gigantesco global, donde todo está a nuestro alcance, las 24 horas del día. Un consumismo acrítico a golpe de clic, que siguió funcionando mientras las tiendas de barrio y los grandes almacenes estaban cerrados, y sólo se podían comprar productos de primera necesidad presencialmente. (…) No para de crecer, con 300 millones de clientes en todo el mundo y la tramitación de 158 paquetes por segundo, es decir 5.000 millones de paquetes anuales.” Desde el punto de vista ecológico, este modelo supone un incremento de la huella de carbono y generación de residuos (embalajes de los paquetes), contribuye a congestionar el transporte y supone un enorme consumo de energía de los servidores digitales. En este sentido, Morán aporta un dato alarmante: “(…) cerca de tres millones de artículos sin estrenar son incinerados o llevados a vertederos desde los numerosos centros logísticos de Amazon repartidos por todo el planeta. Una obsolescencia del tirar sin usar que supone un incremento de insostenibilidad en un modelo ya de por sí biocida.” ¿Cómo se compagina esto con el horizonte de sostenibilidad y energía verde a la que se supone que debemos aspirar?
La combinación de una excepcional catarata de cierres y restricciones en el último año y las nuevas tendencias de interacción y consumo explica el debacle de la microempresa y del comercio pequeño, que también admite una lectura en términos de pérdida de libertades: mayor concentración de poder empresarial, menor capacidad de toma de decisiones de individuos y familias.