Morir en primavera

«Morir en primavera» es el título de uno de los mejores discos de Loquillo y Trogloditas, publicado en 1988 y compuesto en su mayor parte por el guitarrista Sabino Méndez. Un  trabajo notable con un título de indudable fuerza que se asemeja a un oxímoron, esa figura literaria que combina en una misma expresión dos elementos de significado opuesto.

El equinoccio primaveral nos ha sorprendido en un clima de incertidumbre internacional provocado por la amenaza del coronavirus. En España, en este instante, las cifras de contagiados y fallecidos no cesan de aumentar. El foco de la noticia se centra, casi exclusivamente en este tema y, en términos generales, nos enfrentamos a una situación absolutamente nueva. La respuesta social, especialmente a partir de la declaración de estado de alarma, se debate entre la alarma, el miedo y un impulso de solidaridad, responsabilidad y empatía hacia los sectores que se enfrentan en primera línea a este fenómeno. En especial, el sobresaturado (en estos momentos) sector sanitario. La preocupación social también se refiere al futuro inmediato, o el mismo presente, en lo referente al golpe económico y laboral que está causando este virus.

El lema #yomequedoencasa, muy propio de los tiempos de Twitter, está sirviendo como acicate social para fomentar la responsabilidad individual o familiar en cuanto a la estrategia de contención. Quedarse en casa sin poder salir, salvo excepciones, es la principal medida que todos los países están decretando, y parece que está arrojando  resultados muy positivos.

La obediencia a la consigna de permanecer en casa se basa en la presión legal, los principios éticos, el sentido de comunidad y el propio instinto se supervivencia de la mayoría de la población. Pero además se fundamenta en la percepción de la casa como espacio de seguridad y salvaguarda frente a los peligros externos. El ni siquiera tener que enfrentarse, excepto cuando no queda más remedio que ir al supermercado, a la llamada «distancia social».

En proxémica, área de la comunicación no verbal estudiada por el antropólogo Edward T. Hall, la distancia social es la que mantenemos con extraños, en un contexto formal. Una distancia que nos permite la comunicación interpersonal pero nos otorga mayor capacidad de maniobra. Es decir, nos garantiza mayor «protección». La separación entre individuos se impone, desde las autoridades, los medios y el autoconvencimiento, como una medida de obligado cumplimiento para mantenernos a flote, de igual modo que las personas a bordo de una barca a merced del oleaje se distribuyen a ambos lados de la embarcación para evitar que vuelque.

Al mismo tiempo, la hiperconectividad móvil mitiga en estos días el distanciamiento «físico» de no poder acercarse a los miembros de la familia o el entorno social pero nos repliega todavía más en nuestras pantallas individuales.

La alteridad se construye en estos días en torno a la información continuada que recibimos a través de esas pantallas. El otro es el enfermo, el fallecido por la enfermedad. Los otros son, sobre todo, las personas mayores, los más vulnerables ante la pandemia. Pero crece en nosotros la certeza de que las fronteras no están tan aseguradas y cualquiera puede convertirse en ese otro en cualquier instante. Salvando las distancias, vivir una guerra puede parecerse a esto. Los que se quedan en casa piensan un rato en los soldados que están luchando en el frente, y otro en que su casa no está a salvo de que una bomba le caiga encima. No en vano, los mensajes institucionales se están planteando términos bélicos: unidad para derrotar al enemigo.

Desde ya, este fenómeno está operando como un gran factor de riesgo social, no solo para los colectivos y perfiles tradicionalmente más vulnerables, sino para un amplio espectro de la población, tras la parálisis masiva de la actividad económica. La idea del apoyo social mutuo, que analizó Kropotkin como mecanismo de cooperacion del reino animal, puede recobrar fuerza, con nuevas expresiones, como motor de bienestar en estos tiempos y medio para afrontar los retos sociales ya existentes y los de última hora. El cómo hacerlo es uno de los retos, y responsabilidades, que quizás nos debemos plantear en estos momentos.